Una lona roja extendida a las puertas de la caja de un tráiler, era la antesala de una escena de horror. Fue el lunes 27 de junio cuando las autoridades de Texas dieron a conocer una tragedia más que pondría de luto a los pueblos de América Latina. 53 personas migrantes muertos se encontraban en la parte trasera de un tráiler y 16 más fueron trasladados al hospital. 53 sueños y esperanzas tras esas puertas de metal.
Las autoridades de Guatemala, Honduras, El Salvador y México emitieron condolencias a los deudos, mientras que en Estados Unidos comenzaba la cacería de brujas contra los polleros y los débiles controles fronterizos que existe entre ambos países. Las 53 personas que fallecieron, entre ellas niñas y niños ya se encuentran lejos de esos discursos políticos y económicos. Lo que queda son sus familias que continúan llorándolos. Para ellas y ellos no existe más ley o política que tener un estómago vacío o la constante falta de oportunidades. Los discursos huecos de condolencias y solidaridad sobran, pues no alcanzan a describir el dolor que representa que un ser humanos, un niño o niña, mueran en la parte trasera de un camión.
Lo cierto es que estos hechos provocan que como humanidad nos estamos perdiendo poco a poco, pues tan solo 3 días antes de esta tragedia circularon las imágenes de cuerpos apilados en la frontera de Melilla, España. Hombres principalmente del África subsahariana que intentaron cruzar esa muralla fueron agredidos por policías de Marruecos, dejando la cifra –hasta el momento–, de 23 personas muertas. Algunos videos muestran que aún en el suelos los uniformados patean los cuerpos de las personas llenas de sangre.
El discursos en ambas fronteras es el mismo: endurecer los controles fronterizos e ir contra los que lideran el cruce indocumentado de personas. Olvidan que todas y todos los que migramos, lo hacemos por las frágiles economías de nuestros países o violencia generalizada que existe en los mismos. Lo irónico es que las naciones receptoras que se lamentan son –en la mayoría de los casos–, los que brindan insumos para fomentar los conflictos armados o se aprovechan de la mano de obra mal pagada en nuestros países. Desde cierto punto de vista es una forma de redistribuir los costos de sus políticas avasalladoras.
Por ello los discursos y lamentos de ambos países sobran. Son palabras huecas que no brindan soluciones de fondo. Las personas migrantes no encontramos consuelo en sus discursos, pues es muy simple “Esta tragedia nos duele, porque pudimos ser nosotros, nosotras, nuestras hijas e hijos, hermano y hermanas, padres o madres”. Estas son las palabras de los compatriotas que están en el exilio, pues sus países de origen los expulsaron, mientras que el lugar que los acoge constantemente les recuerda lo indeseados que son. Ciudadanos de segunda, que sólo tenemos valía cuando ofrecemos nuestro trabajo a un menor costo, siempre en condiciones de explotación.
Es ahí cuando reflexionamos de lo profundo del problema, pues no somos conscientes de lo desigual del mundo. Mientras, quien que escribe estas líneas se encuentra en un país de excesos, Estados Unidos, y otros lugares del planeta no cuentan con las condiciones básicas para la sobrevivencia, se tienen que conformar con una tortilla con sal como única comida todos los días. Mientras tanto, los discursos políticos siguen y seguirán lamentándose por esta tragedia, pedirán la pena de muerte a los supuestos culpables, darán penas ejemplares y endurecerán los controles fronterizos, pero todo seguirá igual. Los verdaderos causantes seguirán señalando a que todo se podría evitar haciendo muros más altos. Mientras tanto las muertes de las personas que somos de segunda clase continuarán, si persiste la idea de no reconocernos como seres iguales, con el derecho de tener las mismas oportunidades de desarrollarnos en cualquier lugar que lo decidamos.
La grave crisis humanitaria que estamos enfrentando actualmente es la insensibilidad del dolor ajeno. Es el pensar que esto es tan sólo otra tragedia más, dejando de lado que representan los sueños, las esperanzas e ilusiones de un ser humano que como nosotros únicamente quiere un mejor futuro y en el migrar busca romper con el abandono estructural en el que nos han dejado y dignificar el futuro de nuestras familias.