Sinónimos y antónimos | Molino Informativo

Sinónimos y antónimos

by | Ago 23, 2023 | Colaboraciones especiales

Julio, 2023. Guanajuato, México, a 3,169 kilómetros de distancia de casa. 

Casa, un lugar que escogí para acomodar los pocos libros que entraron en la maleta, un pequeño títere de payaso, varias plantas y algunas fotografías que sirven para recordar que este es mi hogar. Cuando hablo de casa también pienso en la Calle 53 cubierta de neblina, el puesto ambulante de arepas al carbón en la esquina del parque, la voz de mis hermanos, el portón donde la abuela fuma dos-tres-cinco cigarrillos al día y las ciclorutas de Bogotá, Colombia. Aquel hogar que está a 3,169 km de la ciudad a la que escogí llamar “casa”.

Viajé a Guanajuato por curiosidad de turista. Confieso que no me gusta serlo, intento esconder los ojos de asombro, evito las selfies y sonrío con maldad ante la euforia que queda impregnada en las fotografías familiares de lugares emblemáticos. Sin embargo, ahí estaba recorriendo las rutas turísticas más turísticas de la ciudad con la cámara al hombro. Con un poco de altanería decidí tomar la ruta más larga sugerida por Google Maps, el plan era dejar de mirar las casas para curiosear entre los callejones. 


Caminar no es sinónimo de divagar. Divagar no es igual a perderse, aunque se parece. Por obvias razones, la última opción sugerida por Google Maps es la menos viable. Subí, bajé, tomé la dirección equivocada, llegué a una calle cerrada, regresé, subí, bajé, giré, hasta llegar a Alberto. Me pregunta si busco una habitación de estudiante, digo que no y con la respuesta nota un acento extraño que le resulta familiar por las telenovelas y por los amigos que dejó en el “Gabacho”. Nos recargamos en una pared del callejón para hablar sobre música colombiana, tipos de papa y los cerros orientales de Bogotá. 

Alberto

Alberto vivió 15 años en Estados Unidos, trabajó empacando carne de cerdo en una fábrica en Alabama donde vio ir y venir a migrantes colombianos. Hace para mí un retrato hablado del Lago Guntersville, dibuja la temperatura durante el verano, el movimiento de las corrientes de agua, el sonido de los pájaros, las jornadas de descanso y el anhelo de ver a su familia. Regresó a Guanajuato hace dos años. Encontró la casa con dos pisos, las habitaciones con más muebles, la ciudad con mayor flujo de extranjeros y a sus hijos con hijos. Se perdió tantas experiencias, me dice. Un destello de melancólica se posa en su rostro cuando recuerda el lago. Alberto no entiende cómo llegué a su colonia si quería ir a la Presa de la Olla. Sonrío, no quiero decirle que opté por la ruta más larga. 

Pasan las horas, recorro (¡otra vez!) las mismas calles bajo el sol, tomo algunas fotografías. A veces escondo la cámara y otras me escondo en la cámara. No quiero parecer turista pero lo soy. Busco sombra en una pequeña plaza cerca a la Biblioteca Armando Olivares para leer un rato. Se acerca una niña que me repite su nombre completo varías veces pero sólo logro entender “Andrea”. Dormida junto a mí está “La Tita”, su abuela, ambas esperan a la mamá y al hermano de Andrea. Por sus dedos y su rostro entiendo que tiene 4 años, que su hermano es mucho más pequeño que ella, aunque me muestra cuatro dedos de la mano cuando le pregunto cuántos años tiene él. Tenemos una conversación larga plagada de risas y señas, entendemos poco de lo que dice la otra. Su papá vive en Estados Unidos y prometió mandarle dinero para que hicieran un baile el día de su cumpleaños. Quiero saber si le gusta bailar. Ella camina hacia la esquina donde “La Tita” duerme, da la vuelta, sonríe, me toma de la mano y me mueve los brazos mientras mece las piernas. Pregunta dónde está mi Tita y le digo que lejos. Hablar no es sinónimo de bailar pero podría serlo. 


No tuve tiempo de contarle a Andrea que mis papás también viven lejos, que hace pocos días mamá cumplió años y no pude enviarle un regalo porque no es fácil cuando estás lejos de casa. La casa que son las abuelas, los hermanos, los papás, los tíos, las mascotas y los amigos. Hogares dispersos en muchas ciudades. Andrea tiene esa edad en la que las distancias son cortas y largas a la vez. Quise explicarle que estoy a kilómetros de casa por razones similares a su padre, aunque parezcan distintas. 

Después de cuatro días, regresé a Ciudad de México deseando el altiplano cundiboyacense donde crecí. Noté que buscaba el Ajusco entre las vistas del Periférico Sur y caminaba Calzada de Tlalpan, queriendo encontrar rastros de aquel paisaje lejano que también es mi casa. El Lago Guntersville no es Guanajuato. Ciudad de México no es Bogotá. Hacer turismo poco tiene que ver con migrar. Anhelar no es sinónimo de migrar pero podría serlo. Migrar es anhelar.