Por Daltin Danser
Las flores y velas formaban un círculo en el suelo, representando el campo cósmico de los cuatro puntos cardinales. Los pétalos fueron organizados con blancos al este, rojos al norte, morados al oeste y amarillos al sur.
“Muchos de nosotros venimos del sur”, dijo Ana Lucía Ixchíu Hernández , una activista exiliada de Guatemala. “Y muchas veces nuestro corazón, nuestra energía la hemos dejado en el sur”.
Ella estaba hablando enfrente de 50 personas reunidas en The People’s Forum, un espacio comunitario en Manhattan. Al frente de la sala, cuatro mujeres estaban de pie alrededor del campo cósmico. Cada una de ellas había sido desplazada de sus tierras ancestrales en México, Guatemala y Honduras por la persecución política o crisis económica.
En la noche del 17 de abril, la Red de Pueblos Transnacionales, una organización con sede en el sur del Bronx que brinda servicios culturales y sociales a migrantes indígenas de América Latina, organizó un panel destacando a tres activistas: Ixchíu, una periodista k’iche, Carla García, una activista comunitaria garífuna, y Zenaida Cantú, traductora de la lengua tlapaneca.
La moderadora que reunió a estas activistas fue Gloria Angeles, mejor conocida por el nombre cuicateco “Tadii”. Originaria de Oaxaca, México, Tadii ha conocido a estas mujeres a lo largo de sus años como periodista independiente para la comunidad inmigrante en la ciudad de Nueva York. El panel fue parte de una serie de encuentros organizados por Dandelion, una coalición de justicia social.
Cada año, el foro de la ONU reúne a líderes y activistas indígenas de todo el mundo y les da la oportunidad de dirigirse a los gobiernos del mundo sobre temas como la soberanía, el cambio climático y otros asuntos importantes para las naciones, tribus y comunidades indígenas. Sin embargo, para muchos activistas, la burocracia y tiempo limitado del foro de la ONU pone el enfoque más en los estados constituyentes, que en la voz de lxs activistas indígenas. En los eventos paralelos, como el panel de la Red y Dandelion, los activistas crean su propio espacio para conectarse directamente entre sí para formar solidaridad transterritorial.
Ixchíu estaba visitando la ciudad de Nueva York para el foro de la ONU como una de las coordinadoras del Movimiento de Liberación Negra e Indígena, una coalición de comunidades del hemisferio occidental, cuando Tadii la invitó a hablar en el panel sobre las experiencias de los migrantes indígenas.
“Lo más enriquecedor de los encuentros es la posibilidad de conocer otras formas de lucha que nos permitan tener un piso común, construir alianzas y encontrarnos en solidaridad”, dijo Ixchíu.
Ixchíu guió a todos los presentes a levantarse, respirar y sentir la energía de la tierra que pasaba a través de sus cuerpos. Luego, García, Cantú e Ixchíu tomaron sus asientos para discutir cómo lidiar con lo que significa ya no vivir en la tierra con la que sus identidades están tan profundamente entrelazadas.
“Lo que he podido entender en este tiempo es que mi territorio soy yo”, comentó Ixchíu durante el panel. “El bosque comunitario de donde vengo habita en mí y está aquí dentro porque yo soy parte de ese territorio y el territorio es parte de mí, pero es más allá que una metáfora y un poema romántico”.
En su territorio natal de Totonicapán, las comunidades k’iche, descendientes de los antiguos mayas están organizadas juntas como los 48 Cantones, una organización para proteger su hogar forestal. Ixchíu tenía 21 años cuando soldados guatemaltecos mataron a seis miembros de esta organización que participaban en una obstrucción pacífica de carreteras para protestar por el aumento de los costos de electricidad. Ixchíu se convirtió en periodista comunitaria para que su pueblo pudiera contar sus propias historias, en lugar de escuchar las mismas narrativas inexactas presentadas por los medios de comunicación tradicionales.
El activismo de Ixchíu ha puesto su vida en peligro, enfrentándose a los intereses del gobierno guatemalteco, que quiere extraer los recursos de la tierra de su pueblo. Según la ONG internacional Global Witness, América Latina está entre las regiones más peligrosas del mundo para los activistas climáticos. Entre 2016 y 2022, al menos 1,335 protectores del medio ambiente fueron asesinados en América Latina. Hace tres años, Ixchíu huyó en busca de seguridad, primero viviendo en Costa Rica, luego en España y ahora en la Ciudad de México.
“Yo no quiero encajar ni quiero integrarme en su sociedad”, dijo Ixchíu, “porque yo no soy de aquí ni quiero estar aquí por mi voluntad”. Aunque las mujeres del panel están lejos de sus territorios, continúan hablando sus lenguas maternas, conservando sus valores comunales en sociedades individualistas.
“Como dice mi abuela, nadie te puede cambiar de lo que tú eres”, dijo Zenaida Cantú. “Se va de una ciudad tan grande, pero nada te puede cambiar de lo que eres, porque llevas tu idioma contigo, llevas tu color contigo, lleva de lo que eres”.
Cantú dejó Colonia el Obispo, su comunidad en las montañas de Guerrero, México, para trabajar en la Ciudad de México cuando tenía 11 años. Llegó al Bronx hace diez años, y ahora trabaja como intérprete de su idioma nativo, el tlapaneco, en juicios locales, regularmente en distintas cortes. El censo de México de 2020 contó con menos de 150,000 hablantes de tlapaneco, pero muchos vienen a Nueva York para trabajar y enviar dinero a casa. Es una de las cinco lenguas indígenas en México en las que más del 20% de los hablantes no pueden hablar español, lo que hace que la interpretación sea crucial.
“Los abogados, los jueces no entienden la cosmovisión de los pueblos, piensan que es como nosotros vivimos como acá”, dijo Cantú. Desde que interpreta en casos judiciales en Estados Unidos, ha observado lo difícil que puede ser para los pueblos indígenas navegar por sistemas legales en los que no fueron criados. “Digamos que llevo un estadounidense a mi pueblo, obviamente no se va a adaptar fácilmente”, dijo Cantú. “Y lo mismo para nosotros. Pero estamos aquí por obligación, por causa de la extrema pobreza”.
El panel habló del papelque las mujeres desempeñan en mantener vivas las culturas indígenas, tanto dentro como fuera de sus territorios.
“Es importante reconocer que el feminismo no es la única corriente filosófica que lucha contra las violencias patriarcales,” dijo Ixchíu. Mucho antes de los movimientos feministas de la sociedad occidental, las mujeres indígenas han estado luchando contra un patriarcado impuesto por Europa.
“¿Por qué el día de hoy tenemos mujeres y hombres luchando por su territorio? –dijo Carla García– porque han existido mujeres que se han encargado de pasar toda esta información de generación en generación”.
García, de la costa atlántica de Honduras, es garífuna, un pueblo de descendencia afrocaribeña e indígena, que ella dijo tiene “el honor de representar ambos pueblos en una sola cultura”. Ha vivido en la ciudad de Nueva York por 10 años. Dejó Honduras debido a amenazas contra su vida por proteger el territorio garífuna. Desde el golpe de estado de 2009 en el país, el gobierno ha apoyado la expansión de plantaciones de palma africana en las tierras de los garífunas y otras comunidades rurales.
Para García, vivir en los Estados Unidos es estar en “el estómago de la bestia”, el centro de un sistema que ha obtenido beneficios al quitarle tierras a su pueblo. Sin empleos en las comunidades de origen, muchas familias garífunas tienen a alguien en los Estados Unidos que gana dinero para enviarlo de vuelta a casa. “Ya no tenemos la tierra para sembrar lo que comemos, hay que comprarlo”, dijo García.
Ella ha hablado en el Foro de las Naciones Unidas para los Pueblos Indígenas antes, y ha sido invitada de nuevo, pero ahora prefiere asistir a eventos comunitarios como los de Dandelions. “Creo que es mucho más productivo hacer alianzas y conexiones entre los pueblos”, dijo García. “Para que en conjunto levantemos la voz en lugar de enviar un representante que no va a ser escuchado y que tendrá que regresar el próximo año y el siguiente año a decir lo mismo, pero nunca se va a encontrar soluciones”.
Entre quienes escuchaban el panel se encontraban otros activistas indígenas que visitaban para hablar en el foro de la ONU. Sydney Males Muenala, una mujer kichwa visitante de Otavalo, Ecuador, encontró reconfortante la solidaridad entre los migrantes indígenas en eventos como este. “Es super importante reconocer que nosotros que estamos defendiendo nuestros territorios algún día podríamos estar exiliados”, dijo Muenala, “Nosotros crecemos con esta filosofía de vivir en comunidad, entonces es bueno saber que donde vayamos, siempre habrá alguien que nos eche una mano”.
Tadii ha aprovechado que la ONU reúne a activistas del mundo para conectar algunas con líderes migrantes en Nueva York. “Yo creo que en esta mesa esta noche,” dijo Tadii al ver con Cantú, García e Ixchíu, “nace una alianza de mujeres indígenas”.
Después del panel, Rossana Huenufil, una chef del pueblo originario mapuche de Chile, sirvió quinoa y sopaipilla. Huenufil dijo que compartir una comida juntos “crea una sinergia bonita entre todos”. Durante la cena, los asistentes se conectaron entre sí y discutieron sus pensamientos sobre el panel.
La noche terminó con bailarines mexicas, vestidos con huipiles bordados y tocados de grandes plumas, bailando en un movimiento circular fluido que evocaba al agua. Los bailarines dirigieron a la multitud a levantar las manos y mirar hacia cada una de las cuatro direcciones cardinales, dando gracias al este, norte, oeste y sur.
Al final del baile, Ixchíu pidió a todos que tomaran una de las flores del círculo, para llevar a casa la energía del evento. La gente tomaba pétalos, tallos y hojas, colocándolos en sus bolsillos o metiéndolos en su cabello, difundiendo así el campo cósmico por toda la ciudad y más allá.