Honrar la vida es un acto de rebeldía | Molino Informativo

Honrar la vida es un acto de rebeldía

by | Nov 3, 2023 | Colaboraciones especiales

Fotografías de Heriberto Paredes

Hace un tiempo, en un espacio académico me preguntaron qué diferencia encontraba entre la concepción de la muerte en Colombia y en México. Hablé sobre la certeza con la que les mexicanos reciben a sus seres queridos durante el Día de Muertos y la vida que impregna las casas. Como en cualquier reunión familiar, los invitados llegan poco a poco: primero los animales, luego los niños y después los adultos que los acompañan. Todos tienen un lugar en la mesa y un tiempo para adueñarse del tema de conversación. Sin embargo, hay una particularidad en el convite, existe un plato de comida para aquellos muertos que no tienen quien los reciba. 

Hace unos días, estaba en clase de danza con un grupo de mujeres que conozco poco, pero con quienes hablo profundo. El maestro nos propuso hacer del movimiento un altar para nuestros muertos. Mientras iniciaba la sesión, revisé el periódico para sumarle dolor a las noticias de las últimas semanas. ¿Cuál es el sentido de bailar en este salón, mientras afuera el aire está empapado de muerte? No encontraba respuestas. Me hacía una pregunta que rebotaba en el silencio. Mis pensamientos saltaban, iban, volvían, ahondaban en el mismo eje. A mi cuerpo lo embargó una sensación de cansancio físico que dificultaba el movimiento, quise creer que el exceso de trabajo estaba alojado en mi espalda, que era falta de horas de sueño. Pero no, por mis músculos viajaba sin tregua la pregunta, ¿cuál es el sentido?


No le encontraba sentido a la danza, pero tampoco a la ciencia, ni a las grandes obras de ingeniería, ni a nada de lo que nos conforma como sociedad. ¿Para qué todo eso, cuando la vida vale tan poco? El maestro me habló de la capacidad de los árboles para comunicarse entre ellos hasta formar cadenas larguísimas; aseguró que la energía que producía el movimiento de nuestros cuerpos viajaba más allá de las fronteras del salón. Me dijo que honrar la vida es un acto de rebeldía. 

Mientras escribo, pienso en el desasosiego de las imágenes que van y vienen en redes sociales. Recuerdo que “humanidad” no es un listado de descubrimientos que marcaron el curso de la civilización, sino la concatenación de sentires que nos permiten estar frente al dolor de los demás. Pienso en el espacio del altar reservado para los muertos que no tienen quién los reciba, en el placer de encontrar un lugar en medio de las tormentas. Con el pasar de los días, entiendo que la danza es movimiento y que al igual que un árbol, hacemos sinergias con otros. 


Me propongo enlistar las alegrías por las que se cuela la fuerza de la vida. La luz cálida en las tardes de octubre y noviembre en Ciudad de México; las fumarolas del Popocatépetl que se abren espacio entre el smog y los rascacielos. No puedo explicar la belleza que irradia la perrita de mi casa cuando apoya su cabeza gacha en mis piernas, ni el placer que me produce el maíz convertido en arepa o tlacoyo de haba. Tomo café, monto bicicleta, me encuentro en la mirada de mis estudiantes y me siento a esperar a un amigo querido en Chapultepec, deseando que mis movimientos cotidianos, con sus alegrías matutinas y sus despertares nocturnos, viajen hacia otros que necesiten descubrir un destello de belleza en medio del horror. Anhelo que los muertos encuentren descanso en la luz que irradian los altares y las flores cempasúchil. Ante la muerte, honrar la vida es un acto de rebeldía.