El pasado 2 de agosto, durante una rueda de prensa organizada por Ethnic Media Services, se discutió el alarmante incremento del discurso de odio en el ámbito público estadounidense. Este lenguaje incendiario, exacerbado por figuras políticas como el expresidente Trump, quien ha descrito a los migrantes con términos despectivos como “asesino” y “criminal,” requiere una revisión urgente. Esta retórica negativa está intensificándose especialmente en el contexto de las elecciones presidenciales de 2024, donde la migración es un tema crucial.
El discurso de odio tiene un impacto tangible en las comunidades migrantes, afectando gravemente a grupos que suelen ser aislados e invisibles, como los trabajadores migrantes, que son esenciales para la cadena de suministros de alimentos en estados como California. Este estado alberga la mayor población de trabajadores migrantes en Estados Unidos.
Entre los expertos presentes en la sesión estuvieron, Manuel Ortiz, sociólogo y cofundador de Península 360 en Redwood City; Arsenio López, director ejecutivo del Proyecto de Organización Comunitaria Indígena Mixteco Bajo en Ventura; y Gustavo Gasca Gómez, coordinador del Proyecto Stop the Hate de la Fundación de Educación y Liderazgo en el Valle Central. Todos ellos destacaron la gravedad del problema y la necesidad urgente de crear conciencia.
Manuel Ortiz comenzó examinando la historia de la ideología antimigrante en Estados Unidos. “Aunque los migrantes contribuyen significativamente a la economía, enfrentan rechazo, especialmente aquellos con diferencias étnicas, lingüísticas, religiosas o de apariencia, según el investigador social George Marine”, citó Ortiz. “Esta paradoja, en la que se necesita mano de obra barata pero se excluye a los trabajadores, es evidente en Estados Unidos, donde la construcción del “enemigo” ha sido una estrategia política recurrente”.
Ortiz también se refirió a Umberto Eco, quien en “Inventando al enemigo” argumenta que la creación de enemigos es una herramienta del poder político para fomentar un sentimiento de emergencia y unidad, facilitando la necesidad de un “salvador”. Este enemigo se retrata frecuentemente de manera racista y repulsiva, convirtiéndose en un chivo expiatorio ideal en campañas políticas.
Asimismo, Ortiz destacó el rechazo histórico hacia migrantes irlandeses y chinos en el siglo XIX. Mencionó la propaganda anti irlandesa y la contribución significativa de los chinos en la construcción de ferrocarriles. “A pesar de sus aportaciones, enfrentaron discriminación y políticas de exclusión, como la Ley de Exclusión China de 1882. En el siglo XX, la Comisión Dillingham produjo documentos racistas que influenciaron las políticas migratorias, sugiriendo la explotación temporal de migrantes antes de expulsarlos”.
Ortiz subrayó cuatro periodos analizados por el sociólogo Jorge Durand sobre la migración mexicana: la expansión económica durante la Primera Guerra Mundial, la recesión económica y la creación de la Patrulla Fronteriza, el Programa Bracero durante la Segunda Guerra Mundial, y el endurecimiento de fronteras durante el neoliberalismo de 1965-1986.
“Durante el periodo de Trump, muchos niños en el pueblo sufrían bullying en las escuelas, donde se les decía que sus familias serían deportadas. Curiosamente, algunos de esos mismos niños ahora apoyan a Trump”. Según Ortiz, “algunos jóvenes apoyan a Trump porque desean pertenecer a una sociedad que se está volviendo muy racista, encontrando difícil romper esos patrones y optando por callarse o incluso mostrar apoyo a sus acosadores”.
Ortiz compartió un video de Juana Chavoya, una campesina que relató sus desafíos y discriminaciones bajo la administración de Donald Trump. Chavoya trabaja en campos de menta y empaques de papas, mencionó las declaraciones ofensivas de Trump hacia los latinoamericanos.
Ella hizo hincapié en que “el papel que juegan es determinante, en la cadena alimentaria, pagando impuestos y respetando la ley”. Durante 16 años en E.U., sólo ha visto a tres estadounidenses trabajar en el campo, quienes no soportan las duras condiciones por mucho tiempo. Chavoya describió las arduas labores agrícolas, causando dolores y agotamiento, pero afirmó que trabajan con dedicación y amor.
“Nosotros hemos venido a luchar para salir adelante y ser una bendición para los demás; venimos a luchar por nuestros hijos.”
Por su lado, Gustavo Gasca, comentó que “apoya a poblaciones migrantes y comunidades de primera generación en su acceso a la educación superior y servicios de migración reconocidos por el Departamento de Justicia de E.U. Gasca, beneficiario del programa DACA, reafirmó su compromiso con la iniciativa “Alto al Odio”, enfocada en empoderar a las comunidades inmigrantes afectadas por la discriminación y los crímenes de odio.
Gasca resaltó la importancia de enfrentar estereotipos y declaraciones degradantes perpetuadas por ciertos políticos. Señaló que, aunque tiene permiso para trabajar y un número de Seguro Social, no puede votar ni salir del país sin permiso expreso.
“Antes de ser beneficiario de DACA, trabajé como jornalero agrícola y conozco de primera mano las dificultades de este trabajo”, mencionó. Remarcó la importancia del trabajo agrícola en la economía estadounidense y la subsistencia de las familias trabajadoras.
Gasca afirmó que el discurso de ciertos políticos que abogan por la deportación masiva impacta negativamente en las comunidades inmigrantes. “A pesar de mis limitaciones, sigo comprometido con el país, ya que mi familia llegó con buenas intenciones hace 31 años”.
Finalmente, Arsenio López destacó su labor a favor de las comunidades migrantes indígenas mexicanas en los condados de Santa Bárbara y San Luis Obispo. Su organización defiende los derechos y reconocimiento de estos inmigrantes, trabajando estrechamente con las 68 naciones indígenas de México.
López identificó el discurso de odio y el racismo como los mayores desafíos, resaltando que personas en posiciones de poder usan palabras dañinas contra los migrantes, perpetuando la discriminación y la opresión histórica. “Nosotros, como pueblos indígenas, hemos sido desplazados y privados de nuestros recursos, cultura y lenguas por fronteras impuestas que buscan dividir y controlar”, afirma López.
Subrayó la importancia de cambiar la narrativa y reconocer que “no somos migrantes simplemente, sino migrantes dentro de nuestro propio continente. La lucha contra el racismo, que lleva más de 500 años, se exacerba cuando figuras públicas emiten comentarios peyorativos, legitimando la discriminación y afectando tanto a niños en las escuelas como a adultos en el ámbito laboral”.
“En la vida diaria y en el sector agrícola, enfrentamos constantes discriminaciones. Nos llaman ‘oaxaquitas’, ‘indígenas’, ‘indios’ y desestiman nuestras lenguas llamándolas dialectos en lugar de idiomas. Además, recibimos comentarios ofensivos sobre nuestro aspecto físico, como ‘moreno’, ‘bajo’ y ‘feo’. Este tipo de discurso de odio está profundamente arraigado en nuestro entorno social. Permitir que alguien exprese tales ideas en espacios públicos es sumamente peligroso, pues valida estos comportamientos discriminatorios y otorga un pseudo derecho legal para que nuestros compañeros de trabajo continúen insultándonos y menospreciándonos. Esta permisividad perpetúa y legitima la opresión hacia las personas indígenas”, expresó López.
López instó a trabajar colectivamente para deconstruir las narrativas negativas sobre los migrantes y resaltar los factores que obligan a estas comunidades a dejar sus tierras, como las políticas internacionales y la explotación de recursos naturales por empresas extranjeras.
“Si vas a Oaxaca, ves empresas estadounidenses, canadienses y europeas extrayendo los recursos de las comunidades indígenas”.
López enfatizó la importancia de educar y reivindicar las raíces indígenas, resistiendo la opresión con resiliencia y conocimiento: “La clave es transformar las palabras y acciones que perpetúan desigualdades y generar un cambio significativo en la percepción y trato hacia nuestras comunidades”.