Mi mamá viene de un pueblo nahua en Guerrero, México que se llama Tepoxtepec, una palabra que en el idioma náhuatl significa, “el cerro de metales preciosos”. El hermoso pueblo está rodeado por cerritos verdes, está ubicado en el centro de un valle lo protege. Las montañas están hechas de una piedra, quizás pedernal, que se hace añicos entre los dedos.
Mi mamá recuerda cuando su tía Chucha gritaba desde la puerta de su casa: ¡axcale!, para llamar a su hermano. Ahora que estoy aprendiendo náhuatl, la palabra que me parecía tan extraña es una mezcla de la palabra en español, apúrate, y la palabra en náhuatl, xmocamiki. El pueblo de Tepox, aún lingüísticamente, existe en el espacio entre el México indígena y un México asimilado a la cultura del colonizador.
Mi mamá y mi abuelita migraron a Estados Unidos en 1995 y fueron a vivir con los hermanos de mi abuela en Houston, Texas. Por consecuencia de las leyes que se oponen a los migrantes en este país, mi mamá y abuelita se encuentran desplazadas de Tepoxtepec, del cerro de metales preciosos. Hay una distancia insuperable entre ellas y la tierra en donde nacieron, donde sus antepasados fallecieron y están enterrados, donde sus hermanos, tíos y primos aún viven.
Mi familia decidió venir a Estados Unidos por la esperanza de una vida mejor, o por lo menos, una mejor para sus hijos, incluyéndome. El sueño americano,un ideal por el que tantos migrantes latinxs han entrado en este país. Es un sueño peligroso, complicado, desolador, y todavía lleno de esperanza. Estas son las historias de otras mujeres mexicanas e indígenas y sus reflexiones sobre el sueño americano.
Francisca, Tlapa de Comonfort, Guerrero
El primero de mi familia que vino aquí a esta ciudad fue un tío mío, el hermano de mi papá. Y mi tío, cuando estaba aquí, mandaba fotografías al pueblo. Y la esposa de mi tío siempre las coleccionaba, las ponía en una pared, todas las fotos que él mandaba. Yo veía las fotos –veía los edificios, veía el clima, veía todo, todo.
Bueno, la verdad, todo parecía muy bonito. Entonces, desde pequeña, creo que a los seis o siete años, anhelaba tanto conocer esta ciudad. O sea, mi sueño era conocer la ciudad, no era mi intención de venir o quedarme, o trabajar mucho. Sí, sabía que iba trabajar porque tenía que pagar mis gastos del pasaje. Desde pequeña, quería conocer Nueva York.
De verdad, me enamoró la ciudad, y yo me prometí y me dije, ‘cuando crezca, no sé cómo yo lo voy a hacer, no sé cómo voy a llegar, pero algún día llegaré allá, y caminaré por esas calles’. Era un sueño un poco loco, un poco irreal.
En mi familia, hay un poco de machismo. Las mujeres en mi familia no tienen mucha libertad o derecho de hacer lo que queremos nosotras, ¿verdad? Pero yo era una chica rebelde. Por más que me decían que no, yo decía que sí.
Yo en aquel momento tenía 16 años. Y yo me quería ir a Nueva York. Desde los seis, siete años, yo estaba loca por conocer esta ciudad.
La esposa de mi primo me dijo que sí, ‘yo te pago tu pasaje, pero con una condición; tienes que llegar primero hasta la frontera de México’. Dije a mi prima que sí, yo tenía el dinero para el pasaje de mi casa hasta la frontera.
Hablé con mi papá, que yo quería ir con él. Y él dijo no. ‘Siempre las chicas llegan allá en los Estados Unidos’, me dijo, ‘y no trabajan, y buscan un marido y luego se llenan de hijos’.
Entonces yo le dije, ‘yo no’. O sea, ‘no voy a buscar hombres. Yo no voy a buscar maridos. Yo no voy a tener hijos. Yo quiero conocer la ciudad’.
En el camino a la frontera, abusan de las chicas. Gracias a Dios que mi padre venía ahí, porque creo que si yo he venido sola, hubieran abusado de mí. Los hombres tratan de separar a las chicas de los hombres. A mí, me quisieron separar dos veces de mi padre, y mi padre dijo no. También a una chica de mi pueblo, y mi padre la tomó como su hija. Estas dos son mis hijas, no se van a separar de mí.
Fueron poco más de tres días y tres noches de camino. De tanto caminar yo no sentía mis piernas. Mi padre me venía ayudando con la comida, porque todos teníamos que cargar.
Cuando ya no sentía mis piernas, empecé a pensar un poquito más claro. Pensaba en Nueva York. Nueva York. Nueva York.
Lucia Ixchiu, Guatemala, habitante de CDMX
En realidad, este “sueño americano” que nos han vendido, que nos han hecho salir de nuestros territorios, que nos han hecho huír de nuestra pobreza, –creo que eso es importante de mencionar– que las razones por que la mayoría de nosotros salimos de nuestros territorios, más de la pobreza y más de la hambre, es la violencia.
La violencia de los Estados, de los gobiernos, de los paramilitares. Nadie quiere salir de sus territorios. Nadie quiere salir de sus casas. Estamos muy felices y contentos en nuestras casas, pero debido de la violencia del Estado, que los Estados han provocado, que tenemos que salir de una manera forzada y desplazarnos forzadamente. Eso también es resultado del cambio de la destrucción climática, el desplazamiento y la migración de cientos de miles de personas.
Tenemos que salir de nuestros territorios para salvar la vida.
Tenemos que construir mundos posibles. El mundo posible es ahora. El sueño americano no cabe en este mundo que estamos construyendo. Es más el sueño de quedarnos donde queramos, la libertad de moverse libremente. La solidaridad de los pueblos. Eso es lo que cabe, que debemos querer construir.
Xananine Ramirez, región de Teohuacan, Puebla
Soy de un pueblo ngiwa, el pueblo de todos mis ancestros, de mi mamá. Hemos atravesado los procesos de la colonización, y precisamente es algo que está empujando a los jóvenes de mi pueblo a migrar. Las niñas, mis amigas que están creciendo en la comunidad, a veces parece que la única opción futura es que estudiemos, que juntamos a la industria de Puebla, que es una de los mayores contribuyentes al cambio climático en nuestro país, y los monocultivos. Es algo que está desplazando nuestros conocimientos, las comidas que tradicionalmente hemos cocinado, nuestra gente de donde viven.
Gaby N. Mendoza, Yonkers, NY
Tengo padres mexicanos, de Puebla y de Oaxaca. El sueño americano para mí significa progreso, para mi familia y para mí mismo, la razón por la que mis padres salieron de su hogar en México. Para mí, el sueño es hacer mi propio espacio, reclamando un espacio donde históricamente nos han borrado como personas indígenas, como migrantes, como mujeres. Para mí, el sueño americano es reclamar espacio y haciendo que la voz de una mujer, y una mujer indígena, pueda ser escuchada.
Estoy tratando de progresar de diferentes maneras. Para mí, este progreso es estudiando medicina. Para mí, el sueño americano es que un miembro de la comunidad puede decir, yo vengo a ver para que me ayude, para que me sienta mejor, y mi doctora se ve como yo. Muchas veces, cuando nuestra comunidad va a la clínica, los que nos dan cuidando a veces no parecen como nosotros. Eso puede causar que el paciente se sienta incómodo, no revele información importante que puede ayudar en el cuidado. Quiero crear un espacio en que, a la mejor, no estamos muy visibles. Ese es mi sueño americano: volver a nuestra gente visible en lugares en donde nos han borrado, o no tenemos suficientes oportunidades.