Durante los primeros 100 días del regreso de Donald Trump a la presidencia, la preocupación pública estadounidense sobre la dirección del país ha aumentado bruscamente.
Encuestas recientes reflejan una creciente sensación de alarma: una encuesta no partidista del Public Religion Research Institute (PRRI) encontró que el 52% de los estadounidenses están de acuerdo con la afirmación de que Trump es “un dictador peligroso.”
Una nueva encuesta de ABC News/Washington Post/Ipsos revela que el 49% de los encuestados creen que el presidente está exagerando en sus atribuciones, burlando el estado de derecho y alejando a Estados Unidos de sus principios fundacionales.
En el centro de esta preocupación hay un patrón: Trump afirma cada vez más que su poder presidencial es absoluto e incuestionable. Ataca sistemáticamente al poder judicial, nombra a personas leales en lugar de expertos calificados y trata a las instituciones críticas –incluidas las universidades y la prensa independiente– como enemigos del gobierno. Su administración parece utilizar las herramientas oficiales para recompensar a los aliados y castigar a las disidencias.
Según cientos de destacados estudiosos de la democracia, estos son indicadores clásicos de un país que se aleja del régimen democrático.
El panel de la conferencia semanal de la American Community Media exploró esta cuestión crítica: ¿Está Estados Unidos derivando hacia el autoritarismo? Aunque desde nuestra perspectiva, habría que preguntarse primero, ¿a qué se le llama democracia en un país que ha frenado la participación social y que mantiene el racismo y la segregación como pilares del proyecto nacional?
Partiendo de un enfoque jurídico, el profesor de leyes de la Universidad de Chicago, Aziz Z.Huq señala que, “lo que vemos en estos primeros 100 días es que Trump no cumple con el debido proceso y con los mecanismos adecuados o con los procesos de las cortes pero que sí incluyen amenazas a los jueces que se oponen sus decisiones”. Sin embargo, valdría la pena preguntarse si las propias leyes que está violando el presidente, o los debidos procesos que no se llevan, están sustentados una organización como nación que realmente representa a todas las comunidades y a los distintos y muy diversos sectores estadounidenses.
Saltarse o violar un aparato legal que se basa en la desigualdad y que históricamente ha significado el privilegio para unos y la explotación para las mayorías, no es necesariamente sólo un riesgo, también puede usarse para transformar este aparato y buscar mayor igualdad.
Tal y como señala Gloria J. Browne-Marshall, profesora de Ley Constitucional en el John Jay College of Criminal Justice (CUNY), el Estado de bienestar que el gobierno estadounidense impulsó, terminó por desactivar la solidaridad, el compromiso por un país más justo y despertó prejuicios: “Pensamos que tener las protecciones constitucionales es normal, sin embargo asumimos que esto iba a tener un límite. Lo único que hicimos en esta nación es estar dormidos a las luchas de muchas comunidades y hasta pensamos que hicieron algo malo”
En este mismo camino, es evidente Estados Unidos no se ha preocupado más por las clases sociales más desfavorecidas y a cambio ha enarbolado a la clase media como la salvación para todos los problemas. “Al menos desde Obama –se apresura Browne-Marshall–, los gobiernos de han enfocado en los mantras de la clase media y no en las clases populares y pobres, ya ni siquiera hablaron de la clase trabajadora”.
Y esto no es democrático desde el ángulo del que se le mire. Que la gente pueda votar –indirectamente– y procurarse una vida cómoda dejando a millones de personas en la calle, no es parte del sentido del gobierno del pueblo.
La profesora de CUNY precisa que tras reconocer que un ascenso del autoritarismo se tiene a tarea de, “reconocer las debilidades del regimen y unirnos, no aislarnos”
Finalmente, Lucan Way, profesor de Democracia del Department of Political
Science de la Universidad de Toronto, al comentar que los riesgos del autoritarismo no son nuevos recordó a los sectores que han luchado siempre: “Las comunidades afroamericanas y otras comunidades de pueblos nativos han sufrido el autoritarismo estadounidense y en este sentido este proceso no es nuevo, sólo que ahora, en contraste con lo que ocurría antes, hasta la oposición mainstream está siendo acosada”.